“…A partir de nuestra percepción, la interpretación del mundo en general, y el reconocimiento de emociones en particular, está determinada por la interacción entre la estructura biológica del cerebro y la experiencia que modifica dicha estructura, si bien existen diferencias en cuánto a determinar quién juega el papel fundamental. Así, existen defensores de factores neurológicos, que hablarían de circuitos especializados para observar y comprender los movimientos de los seres que nos rodean que traeríamos de serie en nuestro cerebro (Calvo-Merino, Grèzes, Glaser, Passingham, & Haggard, 2006), encontrándose a su vez diferencias de género basadas en el diferente desarrollo psicológico de hombres y mujeres (Babchuck, Hames, & Thompson, 1985), pasando por los defensores del contexto como generador de emociones y, por tanto, en su expresión (Mallo, Fernández, & Wallbott, 1989), hasta llegar a la diferenciación intra-emocional en cuanto al reconocimiento mejor o peor de una emoción en función de la valencia o el tono hedónico y la activación de la misma, de tal manera que emociones positivas con un nivel alto de activación (como por ejemplo la sorpresa y el miedo, respectivamente) se reconocerían fácilmente bajo una exposición relativamente breve a los estímulos (Ogawa & Suzuki, 1999).…”