A veces, a fin de rebatir una sola frase es necesario contar toda una vida [...]. Si se pudiera dar un nombre a todo lo que sucede, sobrarían las historias. Tal y como son aquí las cosas, la vida suele superar a nuestro vocabulario. Falta una palabra, y entonces hay que relatar una historia.John Berger 1. Hacia mediados de los años de 1990 y por una serie de circunstancias más o menos coincidentes, las revistas de que nos ocupamos en este trabajo -varias de Argentina, una de Chile-proponen y debaten (o además ponen en ejercicio), explícita o implícitamente, en la argumentación o mediante el ejercicio del relato, una implicación entre orientación crítica (o efecto político de construcción crítica de "memoria") y poética o modo de narrar los hechos y los efectos del terrorismo de Estado de las últimas dictaduras argentina o chilena (incluidos casi siempre los períodos de agitación política que las precedieron); por otra parte, en cada una de estas revistas se describe o se debate cuál sería esa poética o modo de narrar. Se puede decir, además, que todas las publicaciones que estudiamos encaran el problema como definitorio de las condiciones históricas de las culturas en que intervienen.Se trata en todos los casos de publicaciones periódicas en las que la literatura, el arte y, más en general, las prácticas culturales, o la reflexión crítica acerca de esos tópicos, se cuentan entre las preocupaciones principales y recurrentes. Todas, a su vez, tienen un vínculo importante con la cultura política e intelectual de las izquierdas de las décadas de 1960 y 1970, y con el campo universitario. Tres de ellas -las argentinas Confines y Punto de vista, la chilena Revista de Crítica Cultural-responden a proyectos de grupos de intelectuales que, a partir de la llamada "transición democrática", revisaron críticamente esas tradiciones de la izquierda y, casi en todos los casos, se vincularon estrechamente a 1 El interés que pueda presentar este ensayo debe mucho al diálogo que en torno de algunos de sus temas he podido mantener con
Se ensayan aquí tres hipótesis: la estrecha y duradera relación de la crítica literaria argentina con la teoría no es una característica local (aunque no universal, es más bien global); en la Argentina la teoría literaria se enseña pero no se escribe; «teoría» es un nombre reemplazable, que usábamos en el siglo XX para señalar de modo tentativo un tipo de pensamiento acerca de ciertas contingencias donde interviene algo que seguimos llamando «literatura».
Aunque la teoría ha insistido en una respues-ta ética para la pregunta de este dossier —quenadie escribe nunca para nadie—, hay ademásuna respuesta política: por lo menos en la Ar-gentina, la crítica literaria universitaria es leídaprincipalmente por docentes y —de modo máso menos indirecto— por estudiantes de lenguay literatura en la escuela. Ese hecho tiene conse-cuencias relativas a la desubjetivación singularque llamamos literatura.
La característica principal de la lectura sarliana de Saer es una modalidad particular de formalismo. Este se trata de un impulso de lectura que reside en la articulación del enfoque en la técnica artística (poética, narrativa), considerada semánticamente funcional, recuperable y decidible; y en la relación entre esa poética de la forma y un programa intertextual en cuyo centro está Borges, con el lugar que le corresponde a Saer en la historia literaria argentina, y como consecuencia de la constancia vertebradora de esa apuesta formal e intertextual, un juicio acerca del valor máximo de la obra de Saer, que para Sarlo es “perfecta”. Al mismo tiempo, se ensayan aquí aproximaciones a un eventual punto ciego de esa lectura.
UNLa Plata/CONICET RESTOS Y MONSTRUOSTodos podemos probar un clásico como se prueban manjares o, mejor, encuentros amatorios. Hay quienes creen que sería más apropiado decir: cualquiera que no sea un excluido cultural puede probar un clásico; pero se trata de una creencia pedagogicista, que conviene asediar con el impulso crítico más radical: por algunas de las investigaciones recientes más atrevidas sobre estos problemas, son muchos los recursos de que disponemos para no sólo saber sino además para haber transferido hace tiempo a las prácticas educativas la evidencia según la cual el "iletrismo" es un invento de los letrados, y el par ignorar/saber -tanto como la fi gura del "intelectual"-un dispositivo constituyente de la desigualdad y no su registro ni su descubrimiento (Lahire L'invention). Si nos tomásemos en serio la posibilidad de poner a prueba, pongamos por caso, un oxímoron disidente como el de "el maestro ignorante", tal vez verifi caríamos que cualquiera que lo desee o sienta que lo necesita podría leer lo que sea (Rancière El maestro). Sería un modo ya, no de hacer política ni de reiterar -como vienen haciéndolo algunas agendas resonantes y repetidas de la crítica radical-, una crítica de la literatura como dispositivo político de reproducción de las sujeciones, sino de retomar un enfoque menos plano y menos fatalista que conocemos desde hace mucho y que regresa, insistente, cuando suponemos, por ejemplo, que:La política de la literatura no es la política de los escritores. No concierne a sus compromisos personales en las luchas políticas o sociales de su tiempo. No concierne tampoco a la manera en que representan en sus libros las estructuras sociales, los movimientos políticos o las diversas identidades. La expresión "política de la literatura" implica que la literatura hace política en tanto que literatura. (Rancière Politique 11-12, traducción nuestra) Se trataría entonces de una pregunta, ya no por las determinaciones civiles e interesadas que han canonizado un libro, una obra, un autor, sino de la pregunta por lo que la literatura puede y efectúa: ¿hubo, como quiso en su momento Roland Barthes, como quiere Alain Badiou, un acontecimiento Mallarmé, un acontecimiento Beckett? ¿Sigue habiéndolo cada vez que una lectura cualquiera desata alguna de las mil y una formas imprevisibles de esa locuacidad imparable que dio nacimiento a la literatura como arte de escribir? (Rancière La parole). La pregunta se toca incluso con lo que propone la sociología de la experiencia literaria singular considerada en el contexto de una teoría de la acción individual (Lahire Sociología). No era muy diferente lo que durante el ápice del debate teórico sobre la cultura en pleno siglo XX, pretendía Raymond Williams para Joyce o para Jane Austen, para Conrad o para T. S. Eliot: allí, de un modo defi nitivo, se nos daba "una experiencia que al parecer no es comunicable". Pura "cualidad de presencia" que actúa fuera de todo horizonte de socialidad. "Una ancha extensión oscura" que persigue "ver lo que no es visible", "el n...
La literatura y la teoría son escrituras de resistencia con drásticos efectos críticos: bloqueos del lenguaje que nos posicionan ante el otro absoluto, obstrucciones de la imposible inscripción en lo real. Entre la década de los 90 y la primera década del siglo XXI, el campo post-teórico y la condena de los dispositivos culturales de dominación generaron en la crítica académica latinoamericana una sostenida refutación de la “literatura” que negaba cualquier valor crítico a toda práctica que pudiera considerarse literatura. Tales esfuerzos fueron ciertamente muy productivos a nivel crítico y político, independientemente de si se está de acuerdo o no con ellos. Sin embargo, tanto la creciente multiplicidad de modelos sociales de lectura como el impulso filosófico de la teoría reciente parecen no haberse visto afectados por las políticas académicas de “la resistencia a la literatura”.
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