“…En todo ello, cabe preguntarse por una función legitimadora de la antropología, distinta pero superpuesta a la de la historia (Jelin 2001: cap. 2), por cuanto sus textualidades están apegadas al campo, al testimonio y la presencialidad de la observación en el contexto (Blondet y González en la presentación a la obra de Degregori et alii 1996: 13). Para el caso memorial peruano, se ha discutido largamente el papel legitimador de la antropología y sus perversiones, su trabajo adentro-afuera (intelectuales orgánicos y críticos; descriptores etnógrafos o activistas), su pertinencia o impertinencia política, el estatuto de su autoridad científi-ca, y sus recreaciones pseudo-antropológicas interesadas (Mayer 1991;Del Pino 2003;Rodríguez 2011;Degregori y Sandoval 2008;De la Cadena 2007). De cualquier forma, sí parece claro, como veremos, que la antropología, entre otras ciencias, proporciona rendimientos políticos concretos en el panorama de las interpretaciones y los discursos en las crisis de los Estados-Nación; lo que, ni en su trabajo práctico ni en sus usurpaciones políticas, se resuelve fácilmente en estas discusiones.…”