En Deliberación, Roland Barthes (1986) se pregunta cuál es la condición de aquello que el escritor decide no publicar o excluir; quién puede involucrarse con lo que él diga de sí mismo en su diario personal. Tomando esto como punto de partida, es razonable suponer que el pacto de lectura define la línea del género textual, o sea, cuando el nombre propio (la rúbrica autoral) propone un régimen de veridicción que lo implica directamente. Diario íntimo, (auto)biografía, suponen una relación con la grafía de la Historia desde el trato con una verdad y un pasado. Pero teniendo en cuenta que ya no rigen las convenciones ni de linealidad ni totalidad (STAROBINSKI, 1974), resulta más convincente hablar de escrituras del yo o de la propia vida, admitiendo las mitologías de la credibilidad. En este sentido, en Derrumbe, Daniel Guebel 1 asume como meta hablar del dolor tras la doble separación de su mujer y su pequeña hija Ana, cuyo nombre es el rastro especular que irradia el de su padre: el nombre real que aparece en el texto es la firma de la precoz autora del poema, rúbrica que el autor consigna y completa en el epígrafe inicial como Ana Guebel. Decide dar un paso más radical y lleva los signos