“…Los cuerpos maternos han de adaptarse al ferreo control de los tiempos, en el sentido de que a cada fase -dilatación, expulsivo, puerperio-se le asignan unos períodos que han de verificarse inexpugnablemente en los organismos grávidos, interpretándose la dilatación de los mismos como un signo de riesgo que obliga a la intervención tecnológica. Se rubrica, también, una mayor libertad en cuanto a la deambulación de las madres, aunque ésta se produzca desde una ubicación espacial desigual en la que los clínicos permanecen en su espacio de natural, el hospital, mientras las madres transitan acompañadas por celadores en actitud pasiva(Pizzini ,1989).En este sentido se constata como los clínicos ocupan el espacio desde la posición de poder que le da su estatus del saber, mientras las madres y sus acompañantes se muestran como si estuvieran ocupando un espacio ajeno, como si fueran un especie de habitantes de los "no lugares" que están allí solo en función de las rutinas clínicas que sobre sus cuerpos se han de realizar(Hernández, Echevarría y Gomariz, 2016b), abandonado los espacios clínicos rituales en el mismo momento que estas actividades burocráticas y biomecanizadas han concluido. En cuanto a las posturas durante el nacimiento, surgen nuevas alternativas como el parto en vertical, en posición de cuadripedia, genupectoral o en decúbito lateral o supino, predominando, aún así, la posición clásica de litotomía, garante de la intervención y comodidad de los clínicos(Wagner, 2006).Es más, parece existir cierto recelo cuando la salida del bebé se verifica en estáticas alternativas a la de litotomía, teniendo que recurrir los profesionales que las realizan a justificaciones, o a ciertas maniobras de ocultismo, como cerrar las puertas de las dilataciones, en lo que parece un claro intento por disminuir el grado de fiscalización colectiva de sus praxis contrasistema.…”