El populismo ha crecido de manera considerable en países de todos los continentes en lo que va del presente siglo. Esto se refleja en la elección de líderes y movimientos populistas para gobernar en países tan diversos como, por ejemplo, Bolivia, Estados Unidos y Hungría. Este hecho ha generado dos importantes debates entre los estudiosos del populismo: el primero, sobre cómo definirlo, dado que el uso indiscriminado para referirse a partidos y personajes de ideologías y distintos espectros políticos, y las valoraciones positivas y negativas respecto de su relación con la democracia, generan poca claridad conceptual y el segundo, sobre su relación con la democracia, específicamente, si la fortalece o la perjudica; acá, los estudiosos se dividen en tres grupos: los que consideran que el populismo la perjudica, los que consideran que la perjudica y beneficia de manera parcial y los que consideran que la beneficia. Este artículo tiene como finalidad analizar el debate sobre la definición de populismo y evidenciar los mecanismos a través de los cuales perjudica a la democracia. A partir del análisis de los discursos y actos de líderes y movimientos populistas emblemáticos de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, se plantea que el populismo es una ideología laxa que divide a la sociedad en dos extremos: por un lado, un pueblo virtuoso y puro, y por el otro, una élite corrupta. Asimismo, se concluye que el populismo no fortalece a la democracia, sino, por el contrario, la perjudica, al reemplazarla por un régimen con características totalitarias.