Al inicio del epílogo de su crónica del juicio de Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt afirma que dicho juicio nos coloca frente a problemas políticos, morales y jurídicos que sin embargo el juicio mismo, por cómo fue llevado adelante, lejos de ayudarnos a elucidar, contribuye a oscurecer. Me propongo aquí restablecer brevemente cuáles son, a ojos de Arendt, estos problemas políticos, morales y jurídicos, a fin de apoyarme en su reflexión para interrogar, a partir de allí, cuáles pueden ser los problemas políticos, morales y jurídicos con los que nos confronta el juzgamiento, en Argentina, de los autores de los crímenes cometidos por la dictadura militar que asoló el país entre 1976 y 1983.Como es sabido, Arendt afirma repetidamente, desde los años cuarenta, que el totalitarismo ha hecho estallar las categorías morales y jurídicas de las que disponíamos, al confrontarnos a un nuevo tipo de crimen -la vocación por convertir al hombre en superfluo, y la eliminación de poblaciones enteras de la faz de la tierra-, y a un nuevo tipo de criminal, que no puede captarse en los términos habituales de quien infringe -a sabiendas, o por inadvertencia-las normas compartidas, y que sólo parecemos poder captar vagamente si nos referimos a lo que Kant, sin ir sin embargo mucho más lejos, denominó «mal radical». En los primeros años Arendt insistirá en que nos encontramos inermes, que sólo podemos decir de estos crímenes que no deberían haber sucedido, y que no podemos castigarlos ni perdonarlos en tanto no podemos comprenderlos, puesto que no son subsumibles bajo las categorías con las que comprendemos y juzgamos. Esos crímenes y esos