Las migraciones tienen diversas aristas, las hay de diferente índole y pueden cambiar de manera abrupta o ser continuas, lo que hace bastante difícil su análisis. El caso de México es una muestra de esta complejidad. Por sus características económicas, políticas, geográficas y culturales se le ha denominado un país de emigración por su vasta expulsión de migrantes que tradicionalmente se dirigen a Estados Unidos; de tránsito, esto por ubicarse en uno de los corredores migratorios más importantes; de inmigración, por ser un polo de atracción para los jubilados (estadounidenses y canadienses principalmente) y por las diversas oportunidades que pudiese llegar a ofrecer a personas de otras nacionalidades; y, finalmente, de retorno de migrantes, la mayoría provenientes de Estados Unidos, ya sea de manera voluntaria o forzada. La literatura sobre migración se ha enfocado fundamentalmente a explicar las causas y consecuencias de los países de origen y destino en el proceso migratorio y, en menor medida, al tránsito y el retorno de personas migrantes. En este artículo nos enfocaremos en este último tipo de migración. A través del caso de Ana Laura y, desde la mirada del trabajo social, exploramos los impactos y retos que implica la deportación bajo un contexto de desesperanza generado por los propios Estados a través de sus políticas migratorias, en este caso México y Estados Unidos.