“…"Se trataba de brindarles a las mujeres una educación de tipo moral, no intelectual" (Castro-Sánchez, 2005) "inspirado por una visión biologista de los géneros que asignaba a las mujeres capacidades intelectuales inferiores y que justificaba, sobre esta base, una educación de tipo general, práctica, doméstica y moral" (Castro-Sánchez, 2005). Por tanto, el supuesto de que las mujeres tienden de forma "natural" e innata al servicio, al altruismo, a las buenas relaciones sociales, a la docilidad, a la dulzura, a la delicadeza, al amor, a los afectos, entre otros (Grassi, 1989;Lorenzo, 2018;Torno, 2015); le atribuye a la mujer cierta ineptitud "…para desarrollar el pensamiento abstracto, y la [considera] profundamente atada y dominada por las emociones" (Castro-Sánchez, 2005), lo cual fundó históricamente una clara división sexual del trabajo 14 (Torno, 2015) poniendo en jaque las posibilidades de desarrollo y autonomía de la figura femenina en América Latina y en el mundo. Torno (2015), sostiene que en el colectivo profesional domina "…la situación de sobreexplotación de las mujeres […], quienes en tanto trabajadoras y en tanto mujeres cargan con una doble o triple jornada de trabajo, reproduciendo tareas de cuidado como una característica natural de su existencia".…”