Resulta incuestionable que Constantino se erige en tiempos tardorromanos en un referente en la representación oficial que se realiza de quien detenta el poder. Mucho se ha escrito y analizado sobre el modo y forma en que se ejecuta la construcción pública de su figura a través de instrumentos oficiales como los discursos encomiásticos, inscripciones, monedas, estatuaria o incluso legislación. Todos ellos fueron idóneos mecanismos para la transmisión de su imagen, incidiendo en la posesión de una serie de atributos y facultades que le legitimaban y le mostraban pertrechado de virtudes usualmente valoradas en el emperador romano. A tal propósito no sólo se emplearon ciertos epítetos que describían su figura, sino que también participó de esa intención el modo y forma en que se destacaron su lado humano y sus sentimientos, lo que puede observarse singularmente en dos de los vehículos oficiales utilizados: los panegíricos y las constituciones imperiales.