Puede ser un lugar común de este género discursivo apuntar que no merezco este reconocimiento que los miembros de la Academia Chilena de la Lengua me conceden. Pero el género, entre otros, justamente articula los propósitos, los entornos y los participantes del discurso. Por ello, es válido iniciar con esta declaración.Debo decir que nunca tuve un mundo posible en que me ensoñara como miembro de esta institución. Eso era algo que ocurría a otros; a mis maestros, a mis colegas, a algunos conocidos. Siempre miré estas ceremonias desde lejos. Eran para los grandes, y yo −ciertamente− no me siento en esta condición.Recuerdo que hace unos cinco años atrás, conversando con una entrañable amiga e investigadora, ella me señaló su anhelo de algún día ser llamada por la Academia. Ella declaraba que ese era su máximo sueño académico y profesional. Yo me limité a observarla con curiosidad, tal vez con inmadurez académica. No comprendía efectivamente a lo que ella se refería. Ella sí entendía los caminos que en ese momento a mí me parecían extraños. Yanina Cademártori hoy está en su propia lucha terrenal por sobrevivir a una enfermedad terrible que cada día la aleja más de todos quienes la amamos. Pero sé bien que comprendió cuando le transmití con enorme alegría el comunicado que una noche de lunes Don Alfredo Matus me hiciera llegar. Ella sonrió y me dijo: "Giova, te tocó merecidamente". Adorada Yani: estás aquí en este día junto a mí, y con más fuerza que nunca.Como decía, nunca aspiré a este honor. Tal vez porque mis dos maestros ostentan la categoría numeraria y yo me siento muy lejos de tal nivel académico. Es por ello que asumo con humildad este nombramiento. Solo he intentado hacer lo que me ha