“…Es el conocimiento y en el reconocimiento de los demás tipos de capital, por parte de los agentes sociales que disponen de determinadas categorías de percepción y de valoración lo que otorga relevancia a ciertos bienes por sobre otros, siendo este reconocimiento lo que hace que cualquier bien (material o inmaterial) se vuelva «simbólicamente eficiente, como una verdadera fuerza mágica». Así, el capital simbólico es un poder reconocido, a la vez que desconocido, y, como tal, generador de poder simbólico y de violencia simbólica (Fernández, 2013 Esta argumentación del monumento como dispositivo de gestión de "la pérdida", siendo aplicable a lo patrimonial, nos parece central y sugerente para la comprensión de la problemática patrimonial de la sociedad desde la segunda mitad del siglo XX y al decir de Muriel (2007): (…) Sólo en una época en la que existe la percepción de una pérdida generalizada y una dificultad para consignar espacios de sentido, unido todo ello a la ruptura histórica que provoca el desmoronamiento de la idea de progreso, es donde puede aparecer el patrimonio cultural, especialmente como tecnología para manipular y gestionar sentidos, afectos, identidades (p.74).…”