“…Zapata, 2014; Pérez Fontdevila y Torras, 2016; Pérez Fontdevila y Zapata, 2022) pone en jaque la pretensión de autonomía y singularidad que ha venido caracterizando la figura del autor. Esta emergió del proceso de individualización que acarreó la imprenta (Leclerc, 1997); se afianzó con la interiorización y la genialización que justificaron la reivindicación de los derechos de autor (Woodmansee [1984] 2016 o Schaeffer, 1997); se sacralizó con el declive de los poderes políticos y religiosos tras la Revolución Francesa; devino figura central del espacio literario en la «inflexión carismática» del Romanticismo, que lo heroizó y santificó (Diaz, 2007;Heinich, 1991Heinich, y 2005; y «desapareció» aparentemente de escena con el «programa de impersonalización» iniciado con el naturalismo y el simbolismo, para mejor servir a la autonomía de la obra o del lenguaje que dará lugar, andando el tiempo, a los postulados de «La muerte del autor» (Maingueneau, 2006;Gefen, 2021). Lejos de inaugurar una nueva lógica en la concepción de la literatura y de su productor, esta desaparición es el colofón necesario del proceso de evacuación de todo contexto que convierte al texto en «su única ley», afirmando la autosuficiencia de la literatura respecto al mundo y llevando al paroxismo ese retiro que ya hemos señalado como gesto prototípico de su productor legítimo (Gefen, 2021: 25-27).…”