“…Las islas debieron de dejar una profunda marca en el jesuita. La visión de los chamorros en sus proas intercambiando productos, seguramente, Pero el desierto, un lugar lejano, extraño y peligros en sí mismo, es, además, un lugar ideal para alcanzar el ideal del martirio, que en la Compañía se ha visto especialmente impulsado por la experiencia de los mártires de Nagasaki de 1597, beatificados por Urbano viii en 1627 12 , y que será motivo tanto del ingreso de un número importante de vocaciones, como de que estas constantemente pidan su envío a la Indias, Filipinas y China. En todos estos casos el aspirante a misionero es plenamente consciente de la posibilidad de morir y sufrir toda serie de dolores, lo que lo acercaría a la propia figura de Cristo en su camino al Calvario, el cual, finalmente, no se encuentra en la ciudad, sino fuera de los muros de Jerusalén.…”