“…A la vez, la autonomía alimentaria busca estimular procesos de autodeterminación y autogobierno desde tres vías: la primera, relacionada con las actividades de producción, ya sea para fines comerciales o de autoconsumo; la segunda, asociada con la libertad de decidir sobre el insumo (químico u orgánico) y el tipo de semillas (nativas, híbridas, transgénicas) y, por último, la usabilidad de las tierras, el control del agua y el manejo del territorio. Estas tres vías apelan al derecho de cada comunidad para manejar, de forma autónoma, sus prácticas alimentarias (producción, consumo, transformación, mercado, uso de los suelos y semillas) desde sus propias convicciones, planes o perspectivas de vida como el buen vivir, sumak kawsay, ally kawsay, entre otros (Hidalgo y Cubillo 2021; Lehnert y Carrasco 2020; Ribadeneira 2020). En ese sentido, la autonomía alimentaria se presenta como una práctica que añade nuevos alcances a los ya establecidos por la soberanía alimentaria, dado que esta última estaba anclada una concepción que piensa la producción y el consumo solo a nivel nacional (Pirachicán 2015).…”