Las enseñanzas históricas sobre los detonantes de la acción política demuestran que la movilización requiere apoyarse en potentes canales comunicativos de legitimación. No es un fenómeno de la contemporaneidad, sino una constante verificable desde las contiendas dialécticas del mundo clásico. En el caso español, la apertura de cauces para la participación que abrió la Modernidad alcanzó también al lenguaje político, con una semántica moralizada de la política que aunaba discurso virtuoso del gobierno y relato dinástico. Lo hizo tanto para la aculturación en la ideología regia como para la justificación de la resistencia a ella, desde la publicística y hasta la insurrección armada. Este artículo postula, desde una mirada interdisciplinar, la conveniencia de elevar al primer plano de análisis los componentes comunicativos del mensaje político que se asentaron con el surgimiento del Estado moderno; no sólo como precursores de la propaganda, sino como constituyentes discursivos de la llamada al cambio en distintos momentos históricos a lo largo del siglo XX. La cultura política española no podría comprenderse adecuadamente sin este elemento duradero que la Edad Moderna legó a la contemporánea para rescatar la política de la retórica y entregársela a la pragmática.