“…Pese al carácter ilegal de la actuación de los terratenientes y a la muy cuestionable mediación que venían practicando los funcionarios del SPI a cargo del puesto Maxakali, el diagnóstico sobre el que se justificaba la militarización era racial: los pueblos indígenas de la región, al contrario que los amazónicos, por ejemplo, eran más "mestizos" y por ello estaban más predispuestos a ser afectados por la corrupción de los blancos (Foltram, 2017). En tal diagnóstico se superponían dos prejuicios centrales al pensamiento autoritario brasileño: el primero, heredado del racismo decimonónico (Schwarcz, 1994), veía en los pueblos mestizos una mayor propensión a la decadencia; el segundo, hacía equivaler la decadencia a la corrupción, una de las hidras favoritas de la derecha golpista de 1964, reformulada no sin cierta "culpabilidad blanca". El debilitado hermano menor indígena se contagiaba de "nuestros" peores vicios.…”