This essay presents the framework of the early Wittgenstein’s philosophy of mathematics. The author shows how, by conceiving mathematical equations and tautologies as rules for the use of signs, the early Wittgenstein did not require postulating, or inventing, mathematical objects in order to explain the objective character of mathematical discourse.
La concepción aristotélica de la causalidad y las que nos han heredado los filósofos de la Modernidad (en particular Locke, Leibniz y Hume) han sido ya ampliamente discutidas. Sin embargo, pienso que el contraste entre ellas todavía no ha sido resaltado lo suficiente. Este artículo se propone, pues, llenar esta laguna. Empiezo con la causalidad en Aristóteles y sus tesis de que la explicación causal requiere del conocimiento de leyes causales y de que la necesidad asociada a estas leyes presupone la existencia de poderes causales. Discuto, en seguida, los intentos de Locke y Leibniz de modernización de las tesis de Aristóteles sobre la causalidad. En un tercer momento, presento las paradojas identificadas por Hume, por un lado, entre las tesis de Locke y Leibniz sobre nuestro conocimiento de las leyes causales y, por el otro, entre la tesis aristotélica de que hay poderes causales y la práctica científica de la Modernidad. También discuto la propuesta del filósofo escocés para disolver estas paradojas. Finalizo con algunos comentarios críticos respecto del modelo humeano sobre nuestro conocimiento de las leyes causales comparado con su contribución para el análisis del concepto de “causalidad”.
En este artículo, discuto la metodología filosófica frente a los límites del sentido y de la racionalidad. Empiezo con la concepción según la cual el filósofo debería resignarse a exhibir el sinsentido de otros filósofos, pero finalmente tendría que callarse, ya que su propio discurso necesariamente sobrepasa los límites de la racionalidad. En seguida, propongo una metodología interpretativa para la filosofía en un intento de caracterizar mejor estos límites y evitar el silencio que inviabilizaría todo el discurso filosófico. Finalmente, busco reconciliar la metodología filosófica interpretativa con la irracionalidad interna del filósofo apelando a una división de su mente entre el sentido común y una segunda agencia que está destinada a sobrepasarlo. Dicha esquizofrenia de la filosofía sería la única manera de entender su tarea recurrente de trazar de manera segura los límites de nuestra comprensión cotidiana del mundo.
Dos de las respuestas a la pregunta sobre la naturaleza de la comprensión lingüística —el comunitarismo y el interpretativismo—, las cuales discuto ampliamente en Escepticismo del significado y teorías de conceptos, son objeto de la crítica de Axel Barceló en su comentario al libro. En esta réplica respondo a sus objeciones mostrando que la concepción comunitarista de la comprensión de palabras está en condiciones de distinguir entre una comprensión divergente y la no comprensión, y que el enfoque interpretativista no exige el conocimiento previo de las intenciones comunicativas del hablante para dar cuenta de la fijación interpretativa de su comprensión lingüística.
El problema de la justificación de la inducción requiere, en mi opinión, la distinción entre justificación persuasiva y justificación explicativa. Manifiesto mi acuerdo con David Hume en que no hay justificación persuasiva posible de la inducción y encuentro una justificación explicativa para el razonamiento inductivo en la filosofía de Donald Davidson.
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