La presencia creciente de migrantes en las ciudades chilenas ha traído consigo el aumento sostenido del número familias extranjeras residiendo en “campamentos” (asentamientos autoconstruidos). De manera similar a las perspectivas clásicas sobre la autoconstrucción, su habitar en campamentos ha sido entendido principalmente como un “problema social”, ya que agudizaría procesos de marginalización y exclusión social. Basado en una investigación etnográfica realizada en el campamento Nueva Esperanza de Colina, en el presente artículo afirmamos que, más que como un problema, los migrantes conciben el campamento y la autoconstrucción de viviendas como una alternativa que les permite responder a tres aspectos de su vida cotidiana: 1) necesidades habitacionales, 2) aspiraciones de permanencia en el país de destino y 3) deseos de imaginar formas distintas de integración urbana y social. Concluimos que un análisis antropológico del habitar migrante en campamentos nos permite explorar la agencia, la capacidad de creación y los reclamos espaciales de estos sujetos.
En diversas metrópolis del llamado Sur Global, el reclamo por el derecho a habitar en la ciudad ha desembocado en extensos procesos de “autoconstrucción”, concepto que alude a un modo de construir las periferias urbanas en el que los habitantes populares son los principales agentes de la urbanización. La autoconstrucción ha posibilitado la irrupción de nuevas formas de ciudadanía en la cual los pobres han generado nuevos espacios de participación cívica que los han convertido en legítimos portadores de derechos. ¿Qué ocurre, sin embargo, cuando los agentes de la autoconstrucción son inmigrantes demandando no sólo el derecho a la vivienda, sino también su reconocimiento como sujetos de derechos en un Estado-nación que no los considera ciudadanos? Este artículo discute dicha pregunta examinando etnográficamente el caso del campamento Nueva Esperanza, asentamiento autoconstruido por migrantes de origen latinoamericano en la comuna de Colina, en Santiago. El artículo concluye que, para constituirse como ciudadanos, los inmigrantes formulan un tipo “urbano” de ciudadanía, en donde el acto de residir en la ciudad los convierte en legítimos portadores de derechos. En dicho proceso, estos residentes construyen narrativas éticas y políticas por las significan sus deseos de incorporación y pertenencia a la comunidad política nacional.
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