“…Sabemos que en sistemas educativos con modelos muy centralizados, como es el caso de países referentes en el contexto iberoamericano, se considera que la baja profesionalización de la dirección (i.e., escasa formación, bajo reconocimiento y falta de recursos para la gestión) explica las crisis de identidad y gran parte de los malestares de las personas que asumen las funciones de dirección, a medio camino entre la función docente y el deseo por liderar (Bolívar y Ritacco, 2016;Montero, 2012;Zabalza y Zabalza, 2012). Esta realidad contrasta con el carácter voluntario que, mayoritariamente, supone presentar una candidatura a la dirección de un centro educativo por parte de profesionales que: a) se han consolidado como docentes y se sienten atraídos por la gestión y el liderazgo de las organizaciones educativas (Teixidó, 2000), y/o b) se sienten empujados por el equipo para dar este paso en lo que puede considerarse una decisión (inter)personal (Galdames et al, 2022). Sólo por ello deberíamos esperar que la dirección sea una actividad que atrae al candidato, que siente o ha experimentado que le gusta, que le va a exigir tiempo y esfuerzo, y que la considera importante para sí mismo, en consonancia con la definición de pasión.…”