“…Estamos, pues ante una profesión singular, donde las competencias personales del profesor -sus fortalezas de carácter-jugarán un papel decisivo junto a sus conocimientos, valores y disposiciones a educar efectivamente a los demás. Siguiendo a Aristóteles, en un "buen maestro" se combina el conocimiento teórico (episteme, theoretike), la competencia técnica (techne) y la sabiduría práctica (phronesis) (Oancea y Orchard, 2012). Los buenos maestros deberán ser, también, buenas personas, pues la enseñanza deviene en última instancia una preocupación por el bienestar de los demás -sus alumnos (Higgins, 2011) y su responsabilidad va más allá del aula en que trabaja: se dirige a la resolución comprometida de los problemas de su sociedad, de la superación de sus desigualdades y por tanto presenta una clara orientación moral (Byrd, 2012).…”