“…Su introducción colisiona sin embargo con dos impedimentos: en primer lugar, es preciso tener en cuenta la relación coste-eficacia de los modelos: es posible que el esfuerzo requerido para establecer una valoración exhaustiva y rigurosa de los costes de los errores no esté justificado por una mejora proporcional en la calidad de los pronósticos. Por otra parte, no hay ninguna base comúnmente aceptada para valorar esos costes, ni siquiera las relaciones de intercambio entre los errores de tipo I y tipo II, ya que la trascendencia real del error es contingencial: depende de las características de la decisión, y de factores subjetivos del decisor (Kim, 2011), e incluso puede ser diferente para cada uno de los agentes implicados en la decisión -acreedores, clientes, administración, etc.- (Pottier, 1998). El grueso de la literatura enfatiza la imposibilidad de establecer una medida aplicable con generalidad (Koh, 1992;Dopuch et al, 1987) y, con la excepción de los modelos orientados específicamente a la gestión de crédito (por ejemplo Lieber y Orgler, 1975), no aporta guías concretas para su cuantificación (Pottier, 1998).…”