Los signos que los escribanos públicos estampaban al final de los documentos que validaban representan, junto a la firma y la rúbrica, el rasgo externo definidor del carácter de instrumento público de una escritura. Cada escribano tenía su signo personal que en general solía presentar una configuración parecida aunque con ciertos rasgos, a veces pequeños matices, que los diferenciaban.