Vivir de cerca el sufrimiento insoportable del paciente, en un contexto de desesperanza, promueven un sentimiento de empatía y de compasión que, necesariamente, mueve a la reflexión. La regulación de la eutanasia resuelve la cuestión legal, pero no así la ética, de una complejidad que hace imprevisible conciliar unanimidades, porque atañe al significado individual y colectivo de la muerte. La convivencia consiste en respetar lo plural y lo diverso, y requiere de un espacio jurídico y político que lo garantice. La solidaridad, la empatía y, finalmente, la compasión (compartidos por partidarios y contrarios a la regulación de la eutanasia) son sentimientos y emociones inevitables frente al sufrimiento ajeno, en especial, en un contexto eutanásico. Desde esa perspectiva y atendiendo al bienestar y derechos del paciente, debe construirse un espacio público que, respetando la posición del otro, no sea percibido como una imposición. Estos mismos argumentos, aconsejan una adaptación de los actuales códigos deontológicos, que dejan fuera de su “protección” a una mayoría de los profesionales favorables a la Ley. La respuesta paliativista a la demanda de regulación de la eutanasia no resuelve la cuestión ética de fondo y suele olvidar la Atención Primaria, como garante y responsable de los cuidados paliativos.