“…), se ha destacado como elemento clave de éxito del tratamiento de la conducta antisocial, por su efecto positivo sobre las relaciones paterno-filiales y, a su vez, sobre el comportamiento ajustado de los menores (Bernazzani & Tremblay, 2006;Piquero, Farrington, Welsh, Tremblay, & Jennings, 2009;Sexton, 2011). La importancia de que los progenitores formen parte de la intervención no significa que la participación de los adolescentes se releve a un segundo plano, ambos deben estar implicados en el proceso de cambio (Fossum, Handegård, Martinussen, & Morch, 2008;Oruche, Draucker, Alkhattab, Knopf, & Mazurcyk, 2014;Welsh & Farrington, 2006). Padres e hijos deben ser reconocidos como principales responsables de su propio desarrollo, localizando sus potencialidades y estableciendo una relación de ayuda desde la corresponsabilidad (Melendro et al, 2014).…”