“…Entre las posibles causas de esta alteración/aberración se han sugerido, tanto en peces como en otros grupos de organismos, aspectos ecológicos [e.g., una dieta rica en carotenoides (Leclercq et al, 2010) o deficiente en vitaminas C y E (Simon, Joyeux, & Gasparini, 2011), así como la hibridización interespecífica (Kijewska, Wiecaszek, Kalamarz-Kubiak, Szulc, & Sobecka, 2012)], patológicos [cromatoforomas (tumores compuestos por cromatóforos) o cromatóforos hiperplásicos (e.g., Okihiro, 1993;Noga, 2010)], fisiológicos [e.g., desbalances hormonales (Burton, 2010), siendo la epinefrina una de las más importantes (Irigoyen-Arredondo et al, 2018) y otros desordenes neuroendocrinos (Noga, 2010)] y genéticos [i.e., mutaciones diversas y, usualmente, múltiples en uno o varios de los genes (usualmente recesivos) involucrados en (1) la formación, desarrollo y regulación de células pigmentarias, (2) la síntesis y producción de los diversos pigmentos cutáneos, y (3) la translocación y expresión de estos pigmentos, entre otros (Odenthal et al, 1996;Leclercq, 2010 et al;Kijewska et al, 2012)]. Otros factores que han sido señalados como posibles causas o desencadenantes de tal afectación son las infecciones parasíticas (Irigoyen-Arredondo et al, 2018), la presencia de contaminantes (Macieira, Joyeux, Chagas, 2006;Irigoyen-Arredondo et al, 2018) o la presencia de heridas provocadas por otros organismos durante interacciones antagónicas (Colman, 1972), no obstante, no se ha probado una correlación directa entre estas y la anomalía pigmentaria en cuestión. Para el caso específico de los registros aquí presentados consideramos que el factor genético es predominante, algo que constatamos con el ejercicio de reproducir individuos parentales con esta mutación, y que corresponde además con el bajo porcentaje de afectación/registros observados (según discutido más adelante).…”