La tradición historiográfica anterior a 1914 interpretó la Guerra de los Treinta Años con una carga simbólica y emocional que hoy parece olvidada. Los historiadores anglosajones y germánicos, desde Schiller, confirieron al conflicto una fuerte carga emotiva; en su opinión, en dicho conflicto se puso en juego el futuro de la libertad. Contemplado como un pulso entre las fuerzas contrarreformistas antimodernas y las que defendían las libertades de conciencia y de mercado, la posición de Olivares se coloca justamente en un punto contradictorio, pues quiso reformar España, pero en su acción exterior se condujo por motivaciones ideológicas, a diferencia de Richelieu, que se condujo con pragmatismo en ambos planos.