Hacia fines del 2001, la Argentina sufrió su más severa crisis de las últimas décadas. La misma se manifestó en un desastre económico sin precedentes, en la pérdida de legitimidad de los grupos gobernantes y de los políticos en general, y en una consiguiente crisis de representación que culminó con el escenario turbulento que eclosionó el 19 y 20 de diciembre, y que dejó como resultado una veintena de muertos y la caída del gobierno de Fernando de la Rúa. Se desencadenó así una crisis política y económica profunda, en las cuáles la pérdida de confianza en los políticos y en la política tradicional se combinó con la protesta popular creciente y la aparición de algunas nuevas formas de debate y participación públicas. Esta situación crítica promovió la formulación de discursos y diagnósticos desde diversos saberes sociales, provocando una reconfiguración de las posiciones relativas de prestigio de los mismos, y de sus practicantes. Mientras algunas formas de referencia a la realidad social eran percibidas como ineficaces, otras --más notablemente el ensayo histórico de tinte revisionista y la literatura de denuncia--, satisficieron mejor las demandas de explicación generadas en la sociedad. En general, lo que se percibió en esos años fue una proliferación de intentos de interpretación de la crisis provenientes de diversos espacios del campo intelectual.