“…La investigación que se presenta a continuación se ha centrado en la población juvenil del período ya mencionado como adultez emergente, entre los 18 y 25 años (Arnett, 2000;Fierro y Moreno, 2007) y que se encuentra en riesgo de exclusión social; es decir, jóvenes vulnerables o en situaciones próximas a la exclusión social, lo que desde la perspectiva del Consejo Europeo se vincula a los bajos ingresos económicos, las dificultades en el acceso al empleo y las carencias materiales (Lacuesta y Anghel, 2020). El concepto de exclusión social integra, por tanto, diversos procesos de acumulación de desventajas sociales -en el ámbito familiar y/o en el acceso a los bienes sociales, tales como el trabajo, la salud o la educación-, desde una perspectiva estructural que supone la falta de integración y participación del sujeto en las áreas política, económica y social, aspectos que debilitan su relación con la sociedad (Andrade, 2013;Cavieres et al, 2020;Saucedo et al, 2020) y, en el caso de adolescentes y jóvenes en riesgo o dificultad social, suponen un escaso desarrollo de las habilidades sociales y de la asertividad, que resultan útiles en un primer momento para el correcto desenvolvimiento dentro de su entorno próximo, pero no fuera de él (Santana et al, 2018;Melendro et al, 2017). Así, por ejemplo, en las investigaciones sobre adolescentes y jóvenes en acogimiento residencial, se observan estrategias de afrontamiento menos elaboradas, menores habilidades prosociales, dificultades académicas y un menor apoyo sociofamiliar (Moreno et al, 2010;Muela et al, 2013) junto a una menor madurez y la aparición de conductas agresivas durante la adolescencia (Martín y Dávila, 2008).…”