“…En este contexto, el problema que se pretende abordar en el presente artículo afecta al sesgo masculino que cae sobre la construcción sociohistórica del concepto de ser humano, pues, si hasta época reciente se ha analizado dicho término solo desde una perspectiva inherentemente masculina, no puede considerarse ninguna categoría resultante como definitivamente universal. Así, aunque siempre puede resultar epistemológicamente útil obtener un concepto femenino del ser humano filtrado por ojos masculinos, esto no puede hacerse equivaler ni a lo que realmente la mujer piensa de sí misma, ni a lo que ella cree que es el ser humano, ni a la absoluta verdad de lo que realmente es el ser humano: ella, naturalmente, configura su pensamiento acerca de la trascendencia del ánthropos desde su hic-et-nunc, al igual que durante siglos ha hecho el varón desde su aquí-y-ahora dado, sin embargo, con excesiva frecuencia, por universal (Frankenberry, 2004: 17;Walton, 2004: 130;Fernández Martín, 2021a, 2021b): a lo largo de la historia el varón ha naturalizado decisiones claramente convencionales, haciendo equivaler los apetitos de su cuerpo con los apetitos de la naturaleza y generalizando un comportamiento que no solo era sociocultural, sino que además era androcéntrico (Beorlegui, 2016: 72-74). En otras palabras, no se puede optar a un conocimiento lo más completo posible del ser humano (asumiendo que algo así es, al menos, holísticamente aspirable) sin atender al conocimiento propuesto por aquellas que constituyen la (otra) mitad de la humanidad (Beorlegui, 2016: 83-117): la antropología filosófica ha de ser también femenina (Tapia González, 2009).…”