La figura de Escarramán, suerte de héroe rufianesco, forma parte del imaginario popular español desde finales del siglo xvi, inspirando bailes, jácaras, romances y comedias. Si bien nuestro desconocimiento sobre la persona real que se encuentra detrás de tan afamado personaje es prácticamente absoluto, existen algunas referencias sobre quien pudiera ser un «ladrón capeador de Sevilla, condenado a galeras acaso al finalizar el siglo xvi» 1 . La procedencia sevillana de Escarramán no ha podido ser acreditada documentalmente ya que como señala Di Pinto, «el material documental es escaso en certezas» 2 , pero se recoge ya en la Carta de Escarramán a la Méndez, la jácara de Quevedo de 1611, «Fecha en Sevilla, a los ciento / de este mes que corre ya, / el menor de tus rufianes / y el mayor de los de acá».Sevillano o no, Escarramán es un valentón, un jaque que se comunica en el lenguaje propio de su orden, la germanía -una germanía literaria desde luego-, y cuyas hazañas en clave de baile, jácara o romance, representan en su máximo esplendor el gusto por las aventuras y vicisitudes de personajes marginales, de los habitantes del hampa, auténticas leyendas de los bajos fondos. El jaque «llegó a un grado de popularidad solo comparable al de los personajes legendarios» 3 , lo cual hace irrelevante la pesquisa sobre un posible modelo real en el ámbito sevillano, pues el Escarramán que nos interesa nace en la literatura, y nace sobre todo del ingenio de Quevedo.