A pesar de haber estado sesenta y ocho años situada en la plaza central de Lima, la estatua de Francisco Pizarro nunca contó con el consenso ciudadano y fue siempre motivo de intensas disputas ideológicas. Una detallada revisión periodística da cuenta de la asombrosa cantidad de polémicas que, en distintas épocas y por diversas personas, fueron activadas a razón del conjunto de significados que la figura del conquistador produjo en el imaginario social peruano. La estatua de Pizarro fue siempre un signo desafiante que atormentó primero a la propia Iglesia católica, luego a muchos alcaldes limeños y finalmente a un sinnúmero de ciudadanos que, desde diversas posiciones, se sintieron obligados a expresar una opinión sobre el significado de aquella imagen.