“…Bértola et al, 2013;López y Marcomini, 2011;López et al, 2016), generándose un desbalance en la movilidad natural del sedimento que provoca un retroceso de la costa y zonas más vulnerables a la erosión (Bértola et al, 2013). A nivel mundial, en las regiones litorales se relevan y monitorean datos para el estudio de la vulnerabilidad a la erosión, la cual es inversamente proporcional al ancho de la playa (Mwakumanya et al, 2009;Carranza-Edwards, 2010;Carranza-Edwards et al, 2015;Cuevas Jiménez et al, 2016), y se pueden establecer zonas potencialmente más expuestas a la erosión inducida, ya que el recurso playa está sumamente amenazado por la presión antrópica que conlleva cambios ambientales y consecuencias socioeconómicas (Finkl, 2004;Cendrero et al, 2005;Martínez et al, 2006;Martinez-Dueñas, 2010;Panareda Clopés y Boccio Serrano, 2008;López y Marcomini, 2011;Torruco Gómez et al, 2013;Carranza-Edwards, 2010;Carranza-Edwards et al, 2015;Cuevas Jiménez et al, 2016;Buosi et al, 2017;Ciccarelli et al, 2017;Martínez et al, 2017;de Andrés et al, 2018;García-Ayllón, 2018; Griggs y Patsch, 2018; entre otros). Considerando lo expuesto, el análisis geomorfológico cumple un rol decisivo para interpretar la relación entre la dinámica costera y la presión antrópica, y así solucionar riesgos en escala temporal y espacial, por lo que es plausible proponer estrategias de gestión que contemplen el equilibrio entre el sistema litoral natural, el ecosistema, el recurso playa y las comunidades urbanas.…”