“…Dicho lo anterior, el discurso científico de la época que a Freud le tocó vivir estuvo enmarcado en los triunfos de la racionalidad positivista, tal paradigma había florecido como una alternativa para abordar de manera metodológica los hechos en su carácter autónomo y de este modo alejarse de la racionalidad espiritualista con las que el romanticismo había embrujado a las personalidades de inclinación científica de ese tiempo (Jiménez, 1994;Ramírez, 2002;Gargiulo, 2014). Esta doctrina sostenía que la única vía para producir un conocimiento objetivo era dando respuesta a hipótesis mediante procedimientos empíricos cuidadosamente observados, controlados y verificados (Pezo, 2006;Villacañas, 2011;França, 2016), el éxito de esta corriente fue tal al grado de asentarse la idea de que este método podría trasladarse sin modificación a otras áreas del conocimiento dedicadas al abordaje de fenómenos no objetivables (Coccoz, 2012). Fue así que para finales del siglo XIX, al menos en Europa, los estudios orientados a resolver los problemas sociales y humanos estuvieron fuertemente influenciados y realizados bajo un notable matiz positivista (Jiménez, 1994).…”