“…La investigación generada en relación a la dotación de TIC y a la competencia para su uso por parte del profesorado (Cabero, 2000a(Cabero, y 2000bFernández-Morante, 2002;Fernández-Morante y Cebreiro, 2002;Fernández, Hinojo y Aznar 2002;Orellana, Almerich, Belloch, y Díaz, 2004;Castaño, Maiz, Beloki, Bilbao, Quecedo, y Mentxaka, 2004;Area, 2005;Tejedor y García, 2006;Area, 2008;Pérez, Aguaded, y Fandos, 2009;Sigalés, Mominó, 2009; Domingo y Fuentes, 2010; Almerich, Suárez, Jornet y Orellana, 2011; Sáez, 2011; Fernández-Díaz, y Calvo 2012; Fernández de la Iglesia, 2012; Area, Alonso, Correa, Moral, De Pablos, Paredes, Sanabria, San Martín y Valverde, 2014; González y De Pablos, 2015; Sánchez-Antolín y Paredes, 2015; Area, Hernández y Sosa, 2016; Sánchez-Antolín, Alba y Paredes, 2016; Losada, Correa y Fernández 2017; Sosa y Valverde, 2017; González y Gutiérrez, 2017), cubre ya varias décadas y, en íneas generales, ha puesto de manifiesto que la dotación en TIC no ha venido acompañada de un nivel de competencia en TIC por parte del profesorado que pueda considerarse adecuado y no ha llevado al impacto y al desarrollo que se esperaba que tuvieran estos recursos (Suárez-Rodríguez, Almerich, Orellana y Díaz-García, 2018). Cabero (2014) afirma que la integración de las TIC pasa por un cúmulo de variables organizativas, legislativas, económicas… y, necesariamente por lo que el profesorado perciba respecto a ellas y por el grado de formación que posea respecto a las mismas.…”