“…Desde la década de 1990 a la actualidad, las imágenes religiosas del neopentecostalismo fueron las protagonistas de un doble movimiento de proyección, tanto estratégica como espontánea en la sociedad argentina. Por un lado, y siguiendo un criterio de alta visibilidad, los grupos evangélicos lograron establecerse en el espacio público (1,2,3) , consiguieron aumentar la escala y complejidad interna de sus organizaciones, accedieron geográfica y simbólicamente a las zonas de mayores ingresos (4) , trabajaron con éxito dispar en la capacitación de líderes con influencia en la política (5,6) y los medios de comunicación, reforzaron una industria cultural específica, apoyada en las nuevas tecnologías (7,8,9,10) , crearon fundaciones para la asistencia a sectores desfavorecidos y consolidaron también un circuito de eventos y actividades orientadas, especialmente, a la construcción de un sujeto juvenil cristiano (11,12) . En fin, avanzaron -a fuerza de prueba y error, a través de biografías desorganizadas y sin un plan preestablecido pero con una dirección clara-hacia una institucionalización creciente de su presencia en la sociedad.…”