Isabel CANTÓN MAYOUniversidad de León s difícil escribir y hasta reflexionar cuando confluyen el corazón y la cabeza en la persona a cuyo homenaje queremos contribuir. Las dudas y los amores se superponen y se abrazan de igual forma en este caso que exige implementar ambos. Así y todo, la reflexión sobre la docencia universitaria que sigue a estas líneas tiene mucho de corazón y menos de razón. Parece que ser docente es algo excelso, algo grande y algo sobre lo que las expectativas de los alumnos y la sociedad son muy altas. Pero descendiendo al terreno aplicado Fernández Pérez (1995) duda que la docencia sea siquiera una profesión y la define como «sacerdocio, función que exige para su ejercicio una fuerte vocación o llamado interno que implica entrega y sacrificio» (Fernández Pérez, 1995: 199 22) es decir la vincula más a una misión o a una vocación. Y es que a diferencia de lo que ha sucedido en la docencia, las ocupaciones que se han convertido en verdaderas profesiones han adoptado modalidades de control profesional en sustitución de las burocráticas (Vaillant, 2007), lo que supone la aplicación de criterios rigurosos, determinados por la propia tarea para la iniciación a la profesión (de forma de asegurar la competencia para el ejercicio profesional) y, además, un control profesional sobre la estructura y el contenido del trabajo (Marcelo, 2011). Para varios autores, la profesionalización está asociada a un desempeño autónomo, con responsabilidad sobre la tarea que se desempeña. Pero estos rasgos no se legislan sino que se construyen a partir de la confluencia de tres elementos: la existencia de un entorno laboral adecuado; una formación inicial y continua de calidad, y una gestión y evaluación que mejore la práctica laboral de los docentes. Consideramos con Day (2007) que la docencia «es una pasión», más que una profesión e incluso que una vocación.Si la docencia es difícil de encuadrar como profesión, más diversa y difícil es aún definir la identidad de los docentes. Para acercarnos a ello, podemos entender la identidad profesional docente como una evolución o desarrollo gradual de las acciones profesionales que constituyen la especialidad de su oficio, asociada a un sentimiento de competencia en el mismo. En época no muy lejana la identidad de los profesores era relativamente estable, al igual que lo eran las instituciones en las que se realizaba su trabajo. Durante siglos los docentes han construido su identidad profesional basándose en su cualificación y en su pertenencia a una determinada institución educativa. Ello les confería a la E