“…Los contenidos televisivos -especialmente los de ficción-presentan modelos de conducta, inducen valores, homogenizan los gustos, modelan las identidades e ideologías y aportan estereotipos (Gubern, 1987;Villar-Onrubia, 2005). Por supuesto, ese producto mediático no es la representación fiel de una realidad objetiva, sino una recreación propia de su proceso productivo que dependerá directamente de los intereses, posiciones ideológicas, deontológicas y epistemologías de los actores del sistema (medio/empresa, producción, guionistas, anunciantes, publicistas, entre otros) (Romero-Rodríguez et al, 2016). Estas representaciones colectivas suelen estar bajo la generalización de tópicos y estereotipos fundamentados en tomar características de segmentos societarios, cohesionados por la exaltación e incluso exageración de conductas de quien o quienes se desean representar; por lo tanto, es una práctica discursiva cosificadora que sustantiva las características de la otredad, delineando su imagen proyectada a partir de la fijación, la reiteración, la repetición y la naturalización de esos rasgos transmitidos a través del discurso (Ardevol y Muntañola, 2004).…”